Natalia, me ha surgido un problema con tu anillo


NATALIA, HE decidido devolverte el anillo que te regaló Cristina Narea. Sí, el que pusiste en mi dedo anular cuando me querías y me reclamas ahora que lo hemos dejado. Pero existe un problema.

Verás.

Yo no quería dártelo porque nadie me ha regalado un anillo en toda mi vida, y menos uno tan importante y lleno de significado como el tuyo. Cuando empezaste a pedir que te lo devolviera me puse tristón y minirrabioso, porque ya me había acostumbrado a él y lo quería como si fuera un sancheski o un balón de reglamento. Fíjate el miedo que tenía a perderlo, que me lo cambié del dedo anular al dedo corazón para tenerlo más prieto y más seguro.

Y ahí empieza el problema, Natalia. No puedo quitármelo.

Sí. Te lo juro. Mi dedo corazón es muy gordo y no hay manera.

No entiendo cómo entró. Ahora no puedo quitármelo.

Lo he intentado tirando con todas mis fuerzas, lo he intentado con jabón y con aceite y con tres en uno y hasta he probado a dirigir toda la comida que ingiero a otras partes de mi cuerpo, con el fin de que ese dedo adelgace, pero no. No va ni hacia adelante ni hacia atrás.

Ello no quiere decir que no te lo vaya a devolver. Eso no. De hecho, como ayer comenzaste a presionarme desde tu blog para recuperarlo, quiero resolver este asunto de forma amistosa y lo más rápido posible, antes de que lo convirtamos en una escena de Pimpinela.

Pero existe un problema, Natalia. Ya te lo he dicho. No sale del dedo. Es la puta verdad. No sale.

Por tanto, yo te devuelvo el anillo, pero tienes que quedarte también con mi dedo.

Te devuelvo el anillo y el dedo, pero tienes que quedarte también con mi mano.

Te devuelvo el anillo, el dedo y la mano, pero tienes que quedarte también con mi brazo.

Te devuelvo el anillo, el dedo, la mano y el brazo, pero tienes que quedarte también con mi cuerpo.

Te devuelvo el anillo, el dedo, la mano, el brazo y el cuerpo, pero tienes que quedarte también con mis niñerías, mis jactancias, mis miedos y mis desprecios, mis cobardías y mis caprichos de tres a la hora, mi forma mezquina de lanzarte el nombre de Iratxe a la cabeza, mi complejo de niño mimado, mi cara de habitación cerrada, mi ciclotimia, mi megalomanía de todo a cien y más cosas que se me olvidan.

Ya lo sabes. Pensarás que esto sólo es un truco que me invento para quedarme con el anillo. Y no. No es cierto.

Es que el anillo no sale, Natalia, ya te lo he dicho, te-juro-que-no-sale. Soy un hombre a un anillo pegado, nos hemos vuelto la misma cosa. Ahora bien: si quieres probar tú misma a despegármelo, podemos quedar y te juro que no te molesto mientras lo intentas. Puedes tomarte además todo el tiempo del mundo para sacármelo: a mí no me importa que tardes unas horas, unos años... o toda la vida.