Se va a caer


Ningún sin papeles será detenido esta noche en Madrid;
cuando la mujer que amo se acerque y me bese en los centros,
las patrullas huirán acosadas por troyas de niños salvajes.

Me besa y siento que cae El Corte Inglés. Me besa
y se apagan las luces de La Caixa. Me besa tan alto
que quiebran las bolsas, y muere el dinero,
y sufre el anciano incoloro de los metales.

Se va a caer el sistema si me sigue besando.
Con besos pedrada contra los lunes.
Con besos de lapa bajo los coches.
Con besos saliva contra las balas.
Con besos tornillo contra la usura.

Se va a caer, en serio, se va a caer.
Se están despertando los osos del viento.
Estamos a punto de vivirnos. Si
me sigues besando tan alto se va a caer,
Natalia, se va a venir al suelo
El Corte Inglés.

Natalia, me ha surgido un problema con tu anillo


NATALIA, HE decidido devolverte el anillo que te regaló Cristina Narea. Sí, el que pusiste en mi dedo anular cuando me querías y me reclamas ahora que lo hemos dejado. Pero existe un problema.

Verás.

Yo no quería dártelo porque nadie me ha regalado un anillo en toda mi vida, y menos uno tan importante y lleno de significado como el tuyo. Cuando empezaste a pedir que te lo devolviera me puse tristón y minirrabioso, porque ya me había acostumbrado a él y lo quería como si fuera un sancheski o un balón de reglamento. Fíjate el miedo que tenía a perderlo, que me lo cambié del dedo anular al dedo corazón para tenerlo más prieto y más seguro.

Y ahí empieza el problema, Natalia. No puedo quitármelo.

Sí. Te lo juro. Mi dedo corazón es muy gordo y no hay manera.

No entiendo cómo entró. Ahora no puedo quitármelo.

Lo he intentado tirando con todas mis fuerzas, lo he intentado con jabón y con aceite y con tres en uno y hasta he probado a dirigir toda la comida que ingiero a otras partes de mi cuerpo, con el fin de que ese dedo adelgace, pero no. No va ni hacia adelante ni hacia atrás.

Ello no quiere decir que no te lo vaya a devolver. Eso no. De hecho, como ayer comenzaste a presionarme desde tu blog para recuperarlo, quiero resolver este asunto de forma amistosa y lo más rápido posible, antes de que lo convirtamos en una escena de Pimpinela.

Pero existe un problema, Natalia. Ya te lo he dicho. No sale del dedo. Es la puta verdad. No sale.

Por tanto, yo te devuelvo el anillo, pero tienes que quedarte también con mi dedo.

Te devuelvo el anillo y el dedo, pero tienes que quedarte también con mi mano.

Te devuelvo el anillo, el dedo y la mano, pero tienes que quedarte también con mi brazo.

Te devuelvo el anillo, el dedo, la mano y el brazo, pero tienes que quedarte también con mi cuerpo.

Te devuelvo el anillo, el dedo, la mano, el brazo y el cuerpo, pero tienes que quedarte también con mis niñerías, mis jactancias, mis miedos y mis desprecios, mis cobardías y mis caprichos de tres a la hora, mi forma mezquina de lanzarte el nombre de Iratxe a la cabeza, mi complejo de niño mimado, mi cara de habitación cerrada, mi ciclotimia, mi megalomanía de todo a cien y más cosas que se me olvidan.

Ya lo sabes. Pensarás que esto sólo es un truco que me invento para quedarme con el anillo. Y no. No es cierto.

Es que el anillo no sale, Natalia, ya te lo he dicho, te-juro-que-no-sale. Soy un hombre a un anillo pegado, nos hemos vuelto la misma cosa. Ahora bien: si quieres probar tú misma a despegármelo, podemos quedar y te juro que no te molesto mientras lo intentas. Puedes tomarte además todo el tiempo del mundo para sacármelo: a mí no me importa que tardes unas horas, unos años... o toda la vida.


Los pelícanos


Adónde pelícanos ibas con una mujer girasola
que tenía portaaviones de pájaros en la cabeza,
tú que te acercas sin centímetro ni ascensores
a las verjas electrificadas de los cuarenta años,

tú que sigues cultivando en macetas diagonales
los mismos nilos y las mismas calas enfermas,
adónde pelícanos ibas, qué pasó por tu cráneo
de afónica cilindrada e ignorancia sin lagunas, 

cuántos errores de cepa tierna y globo de helio
crearás de nuevo y de nuevo lucirás orgulloso,
cuántas veces caerás y recaerás en tus jaguares
de glucosa adolescente, cuántos crisantemos

llevarás al nicho de los amores descuartizados
si no rectificas, si no abandonas para siempre
a los pelícanos y no metes, dejas ya de meter
tus torpes dedos en los interruptores del viento.

Pobrecita mía


Pobrecita (quería frotarte arañarte lubricarte)
inocente (tus centros mazapanes de mamífera)
Natalia (tu cadera de whisky y corrupciones)
mía, (tu culo de peonza y pan caliente)
cómo (y jugar a la petanca en tu cintura)
pudiste (y poner una vela en tu boquita)
creer (so idiota so bellota so gaviota)
que (y comerte y masticarte y relamerte)
perseguía (suciamente, negramente, libremente)
pura (y saciarme de tu fresa tu tenaza)
(y besaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarte)
solamente (y tragarme tus pelusas una a una)
el (y estrenarme en tu hembra acordeona)
brillo (en tus labios rompecirios lamelápiz)
de (en las pieles de tu fuera y de tu dentro)
tu (y asarte tiburones en el pelo)
cráneo (y decirte yo soy Francis tú eres Zelda)
de (y apretarte en arrecife con la cama)
leona (y no pararme ni dejarte hasta que digas)
política (los decimales del número pi al completo)



Un pero (me vais a permitir)


Sí, ya lo sé.

Que no tengo palada
para tanto trirreme 
ni gato azul para
tanto maullido.
Que no llego a
ruina de caballo
ni a mala cuneta
de autopista.
Que soy el cero
y la luna oculta
y la quinta rueda
y la cucaracha.
Que vivo y rumio
el nunca en rostro
la nada en ristre
el nadie a rastras.
Que soy un riesgo
para mí mismo.
Que nunca seré poeta.

Pero Natalia.


Diez puntos para el nosotros


Punto uno: solo me interesa el vuelo.
Punto dos: no firmo pactos de tierra firme.
Punto tres: seamos Pegaso y Belerofonte.
Punto cuatro: te ofrezco desamparo y rebeldía.
Punto cinco: y versos para tu ojo semoviente.
Punto seis: en un piso de quince metros cuadrados.
Punto siete: con ideas y trenes de contrabando.
Punto ocho: cambiemos de cobarde cada noche.
Punto nueve: bebamos nuestros miedos y martinis.
Punto diez: seamos a solas con(tra) la muerte.

A qué se parece


Se parece el amor a los buitres o las peonzas, los botones o los aeroplanos, desconoce las líneas rectas, solo sabe moverse en círculo.

O al cordero que soñaba una muerte entre lobos azules, y su cuerpo destrozado ganó el segundo certamen de fotografía de Isla Gallaecia.

O al hombre desahuciado que dice Natáliame, no dejes que me maten los libros, quiero ser tu pronombre enclítico.

O al que vestía cobardes en las estaciones hasta el 15 de mayo, y desde entonces se ha hecho tan alto que entrena al equipo olímpico de ranas.

O al loco que imitaba las líneas borrachas de los libros, y ahora lleva un letrero joyceano en la frente: “No me habléis de la crisis: solo me interesa Natalia”.

O a ese barco veneno que se arrojaba a las rocas y las rocas le contestaban: no lograrás el naufragio, no queremos naufragarte.

O a la niña que se fue a Pontevedra y suspendí geometría, y no entiendo los mapas, y escaparates huyendo, y cuánto gritan los búhos, y sábanas en telescopio.


Dos chalados


Cómo iba a durar el amor entre dos chalados con flauta
que presumían de mojarse con una manguera de fuego,
tan mentecatos que iban perdiendo bellotas por la calle
y se hicieron preceptores en sembrados de pólvora,

cómo iba a durar el amor entre el espejo y la espeja,
entre el egosiempre rebelde y la egosiempre averías,
entre el alférez molusco de las bombas de mano
y la lectora alegrista del manual de venenos,

cómo iba a durar
si los dos quisieron ser mayusculosos,
si los dos quisieron ser grandipulgares,
si los dos prefirieron diosear entre nubes
y poner su pasión en toque de queda,
¡si nunca se vio ratón ni ratona
con semejantes humos de águilas, cómo
ibais a durar!!!

El vuelo del pequepájaro sobre la jirafaronte


CREO QUE mide 1`80. No conozco su altura exacta, nunca se lo he preguntado, pero la mujer que amo es larga como una línea de Renfe o como una trenza de cebollas amarillas. Ella me jura que ya ha dejado de crecer, pero no me fío del todo. Me acerco a su cuerpo con la piel como navaja, queriendo besarla entera y en todos sus azules, pero pronto me voy aburriendo y al de una hora me siento cartón piedra, carne de lunes, derrotado. Quiero besarla al completo pero solo alcanzo a besarla a trozos.

Al principio quise ocuparla sin mayor cuidado, empezando por cualquier parte, como si aquello fuera un centímetro o una losa menchevique, pero fue a la segunda semana, después de pasarme cinco horas besando su brazo izquierdo y darme cuenta de que aún no había pasado de la muñeca, cuando comprendí que mi novia no es una novia normal. Qué va a ser normal: mi novia es el transiberiano.

No por ello me rendí sino al contrario: comencé a trazarle mapas a bolígrafo, acordoné zonas de su cuerpo, hice cuadrantes, contraté perros y hasta helicópteros, no escatimé en medios, nada me parecía bastante. Hasta me acostumbré a clavar, cada vez que terminaba mi jornada de besos, un letrero en su piel donde decía “Precaución: zona de Natalia YA besada”. Gracias a estos detalles y a los turnos intensivos de quince horas diarias, logré cubrir de besos el 3% de su cuerpo en tan solo una semana, pero también sufrí la lógica fatiga y hasta algunos desfallecimientos, todos producidos por la magnitud de su territorio. Dos labios dan para mucho, pero solo son dos labios. Y lo peor es que ella lo notaba, se da cuenta:

–¿Qué te pasa?
–Nada.
–¿Es por mi altura, verdad?
–No, claro, qué tontería.

Nunca le he dicho nada por este motivo, y ello por cuatro razones, que son las siguientes: una, dos, tres y cuatro. Además, su largura también tiene sus ventajas: ¿Sabéis lo maravillosos que son los abrazos de las mujeres largas? ¿Los habéis probado? Cuando una mujer así te rodea con sus brazos hasta dar cinco o seis vueltas sobre tu cuerpo, la sensación es indescriptible, uno se siente más abrazado que nunca. También cuenta con otras ventajas:

–Natalia, ¿Me alcanzas la sal?
–¿Qué sal?
–Aquella. La que está seis mesas a la izquierda.

Y la alcanza, no miento, nunca falla. Sus gadcheto-manos son tan portentosas que llegan a todo objeto situado diez metros a la redonda, aunque también conllevan sus problemas, sobre todo en el metro, donde tengo que controlar sus efusividades. El martes pasado, por ejemplo, dio un manotazo sin querer a un viajero que iba en el vagón siguiente, y eso que le tengo dicho que, al menos en los lugares públicos, debe ir con los pies juntos y los brazos cruzados, pero no siempre me hace caso.

Así es mi vida y mi amor con la mujer longilínea. Parece complicado pero poco a poco nos vamos acostumbrando. Tú eres el pequepájaro y yo la jirafaronte, me dice, siempre traviesa y habilidosa acuñando palabrujerías. Alguna vez le he comentado que quiero escribir algo sobre su largura y ella me ha respondido que bueno, que le parece bien, que escriba lo que quiera a condición de que no exagere. Y yo pienso que eso de que no exagere sobra, ¿no? Porque yo soy un escritor realista y minucioso, casi fotográfico: no se me ocurriría nunca contar un detalle que se desviara un solo centímetro de la realidad. Como todo el mundo sabe.

Eurídice


CUÁNTA ENVIDIA me tendría Orfeo si supiera la de veces que logré recuperar a mi Eurídice. Pero esta vez la perdí en serio: me doy cuenta por la paloma enferma que camina por la pista de tenis. De ti siempre recordaré tu mandrágora bolígrafa y tu melena fluyendo como una manguera continua de agua amarilla. Gracias, sarampiona: tú fuiste lo mejor de la última olimpiada, el único asterisco que me ha pasado.

Prefiero Natalia a la revolución


La prefiero a la defensa de la infancia, al cuidado del ozono.
La prefiero al final de las fronteras.
La prefiero a la Amazonia.

Más que alejar el hambre y la tormenta, el volcán y el terremoto.
Más que ahuyentar la crisis.
Más que parar la guerra.

Antes que salvar al tigre y al leopardo.
Antes que proteger al inmigrante.
Antes que el feminismo y la filantropía.

Por encima de la paz en Jerusalén.
Por encima de la paz en Kabul. De la paz en Trípoli.
Por encima de curar el cáncer o atajar el sida.

Mejor que el rescate de Grecia, la salvación de África, la sanidad, la lectura.
Mejor que la ayuda a Haití. Que la ayuda a Somalia.
Mejor que parar el racismo, la ignorancia, la policía.

Prefiero Natalia a los derechos humanos.
Prefiero Natalia a las libertades.
Prefiero Natalia a la democracia.
Prefiero Natalia a la concordia.
Prefiero Natalia a la justicia.

Prefiero Natalia a la revolución.